Hace más de tres años escribí esta especie de homenaje a mi viejo, el comentario de una amiga querida, la cuestión "galega", las canciones y el reciente aniversario de la muerte de Cervantes me lo traen a la memoria.
Veinte años después
Veinte años después
Calma, sufridos lectores, no es la continuación de “Los tres
mosqueteros” de Alejandro Dumas lo que traigo a colación hoy. Voy a hablar de
otro Alejandro, mi viejo. Hace veinte años decidió (así quise interpretarlo en
su momento, me daba una cierta tranquilidad pensarlo de este modo) que no
quería más. Basta de todo, diría Matías Martin, y su corazón paró de latir.
Dejó literalmente huérfanas a sus tres mosqueteras, mi madre, mi hermana y yo.
Porque en alguna medida, todas éramos sus hijas. Yo ya me había ido de casa y
tenía una propia, mi hermana era soltera y vivía con él y mi mamá, la gallega,
para nosotros no tendría vida sin Alejandro…Sin embargo, seguimos adelante. Mi
madre lo llevaba literalmente colgada de su cuello, en la medalla del Colegio de
Graduados (de Ciencias Económicas, claro está, mi padre el contador) que le
habían dado cuando se cumplieron veinticinco años de su advenimiento al mundo
de los profesionales, el primero en su familia, pero que inauguraría la curiosa
tradición de sobrinos y sobrinos nietos contadores, pero no sus hijas…Mi
hermana y yo lo llevamos sin duda en el corazón y en el recuerdo, y
posiblemente con el paso del tiempo aún más, como suele ocurrir en estos casos.
Quién podría olvidarse del alma de todas las fiestas, gallegas, valencianas o
la región que tocara, y el único no español de su familia, el nacido cuando ya
todos eran inmigrantes de esta bendita tierra, cantando en su gallego aprendido
con la madre y los hermanos, y las tías, y los primos…
Los recuerdos, decía, se entremezclan, son dulces y amargos
a la vez, pero lo que es muy cierto es que no nos quedaron cuentas pendientes.
Nos dijimos hasta el hartazgo cuánto nos queríamos y el día que decidió
(insisto) dejarnos, ya lo habíamos compartido todo. Los museos de mi vida,
todas las películas de Disney, las zarzuelas en el Avenida, “Giselle” y varios
conciertos en el Colón, todas las temporadas del San Martín, “EL bululú” con
José María Vilches, hasta la vuelta de La Negra Sosa y Serrat después de los
años de plomo. Obviamente, le faltan (y a mí) los veinte años que le siguieron
a su muerte en mi vida. Me quedaba lo mejor por vivir y él no estuvo. En este
domingo de Pascua, creo que desde algún lado, mi viejo todavía me ve. Sentado
sin dudarlo de la mano de la gallega, deben guiarme o tirarme la mejor onda
desde el más allá. Ja, “Metafísicos estamos”, diría el Quijote, y finalmente,
todo se vuelve literatura.
Silvina Rodríguez
Tierra de Libros en El Living de Olivos
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