Sobre “La uruguaya” de Pedro Mairal Todos los veranos, la misma historia. Nunca sé (ni lo pretendo) por qué elijo las lecturas que me van a acompañar en las vacaciones. En este caso, era el único libro de Mairal en mi biblioteca. No lo había leído nunca, así que estaba, como quien dice, totalmente virgen de él. De su estilo. De su escritura. Y la palabra no es inocente. Porque la novela tiene un alto matiz sexual, algo con lo que no había imaginado encontrarme. “La uruguaya” es una historia (en estricta primera persona, a cargo de Lucas, el protagonista) de amor y de desamor, de un matrimonio y de una separación, de un padre y de su único hijo de cuatro ó cinco años, de la crisis de los cuarenta en hombres y mujeres, de metidas de cuernos, de literatura, podría ser un poco un thriller, también, bien mirado…La historia del “burlador burlado”, del que “va por lana y sale trasquilado” y algunos otros lugares comunes. Con la salvedad, claro está, de que la manera en la que narra Mairal dista mucho de encontrarse entre lo remanido, lo trivial, lo visto o leído otras veces. De modo tal que, entre que no es una novela muy larga (167 páginas, casi bocha para “nouvelle”), la urgencia que me producía la historia y saber adónde iba a parar el escritor cuasi maldito, Magalí, y esos dólares teñidos de mala onda desde el principio, me la deglutí en muy escaso tiempo. Casi, casi, como las diecisiete horas durante las cuales transcurre realmente (¿realmente?) la novela. Por supuesto, queda todo por contar. Porque para eso, se las estoy recomendando. Silvina Rodríguez ENERO 2017

Veinte años (y algo más) después

Hace más de tres años escribí esta especie de homenaje a mi viejo, el comentario de una amiga querida, la cuestión "galega", las canciones y el reciente aniversario de la muerte de Cervantes me lo traen a la memoria.

Veinte años después
Calma, sufridos lectores, no es la continuación de “Los tres mosqueteros” de Alejandro Dumas lo que traigo a colación hoy. Voy a hablar de otro Alejandro, mi viejo. Hace veinte años decidió (así quise interpretarlo en su momento, me daba una cierta tranquilidad pensarlo de este modo) que no quería más. Basta de todo, diría Matías Martin, y su corazón paró de latir. Dejó literalmente huérfanas a sus tres mosqueteras, mi madre, mi hermana y yo. Porque en alguna medida, todas éramos sus hijas. Yo ya me había ido de casa y tenía una propia, mi hermana era soltera y vivía con él y mi mamá, la gallega, para nosotros no tendría vida sin Alejandro…Sin embargo, seguimos adelante. Mi madre lo llevaba literalmente colgada de su cuello, en la medalla del Colegio de Graduados (de Ciencias Económicas, claro está, mi padre el contador) que le habían dado cuando se cumplieron veinticinco años de su advenimiento al mundo de los profesionales, el primero en su familia, pero que inauguraría la curiosa tradición de sobrinos y sobrinos nietos contadores, pero no sus hijas…Mi hermana y yo lo llevamos sin duda en el corazón y en el recuerdo, y posiblemente con el paso del tiempo aún más, como suele ocurrir en estos casos. Quién podría olvidarse del alma de todas las fiestas, gallegas, valencianas o la región que tocara, y el único no español de su familia, el nacido cuando ya todos eran inmigrantes de esta bendita tierra, cantando en su gallego aprendido con la madre y los hermanos, y las tías, y los primos…
Los recuerdos, decía, se entremezclan, son dulces y amargos a la vez, pero lo que es muy cierto es que no nos quedaron cuentas pendientes. Nos dijimos hasta el hartazgo cuánto nos queríamos y el día que decidió (insisto) dejarnos, ya lo habíamos compartido todo. Los museos de mi vida, todas las películas de Disney, las zarzuelas en el Avenida, “Giselle” y varios conciertos en el Colón, todas las temporadas del San Martín, “EL bululú” con José María Vilches, hasta la vuelta de La Negra Sosa y Serrat después de los años de plomo. Obviamente, le faltan (y a mí) los veinte años que le siguieron a su muerte en mi vida. Me quedaba lo mejor por vivir y él no estuvo. En este domingo de Pascua, creo que desde algún lado, mi viejo todavía me ve. Sentado sin dudarlo de la mano de la gallega, deben guiarme o tirarme la mejor onda desde el más allá. Ja, “Metafísicos estamos”, diría el Quijote, y finalmente, todo se vuelve literatura.
Silvina Rodríguez

Tierra de Libros en El Living de Olivos




Esencia o existencia, ¿es esa la cuestión?

Puede resultar en algunos casos interesante, a tres años exactos de su escritura, un texto que tiene y ya no que ver con la vida de una...Por ejemplo, hoy me considero muchas cosas, excepto una sosa...Por otro lado, aún creo a pie juntillas en lo que decía, y sigue diciendo cada día, el aviador francés. Hoy también les deseo felices vacaciones. Y les dejo unas imágenes del porqué mi vida tiene sabor y color por estos días.





Esencial (11/1/2013)

Dice la Real Academia:
esencial.
(Del lat. essentiālis).
1. adj. Perteneciente o relativo a la esencia. El alma es parte esencial del hombre.
2. adj. Sustancial, principal, notable.

En mis recuerdos (escasos) sobre filosofía, me dio muchísimo trabajo comprender la distinción (fundamental) que Heidegger hacía de “esencia” y “existencia”. Hoy por hoy, me quedó claro que la esencia tiene que ver con lo inherente a uno, lo que está en uno. Vale la aclaración, tal vez, para comprender el galimatías que me propuso que mi cardiólogo, hace más de diez años, me espetara a boca de jarro “Vos sos una hipertensa esencial”. “No hay razones orgánicas para que lo seas, pero lo sos. Y tenés que tomar una medicación de por vida para mantener tu presión estable, así cuando tengas 70 años tus arterias estarán preservadas de los saltos que producen los cambios de presión”. Un buen argumento de marketing para que uno se convenza “ipso pucho” e ingiera la pastillita en cuestión.
Lo que no queda tan claro es la resistencia que esta declaración me generó, durante un largo tiempo. Si uno es un enfermo crónico, y hay un remedio que te estabiliza y te permite vivir (casi como) sano, ¿por qué debería haber objeción? Abandonar primero de por vida “el sabor de los sabores”, la sal, en todas sus formas: adiós, jamón crudo de mi vida. Farewell, quesos de toda índole excepto el Casancrem. Así fui reversionando mi alimentación, pasamos también al uso de “todo descremado” por aquello de que te mantienen las arterias libres de grasas. Y en algún momento, ya que estábamos, y antes de que nos dijeran que el café era perjudicial, nos pusimos del bando del “decaf”, también conocido como “descafeinado”. Hoy tomo la medicación casi sin olvidos, y he tirado la toalla de la rebelión.
Así la vida, he logrado que mi hija menor, con una lógica aplastante, considere que los mosquitos no me pican porque soy “sin sal, descremada, descafeinada y (sic) deslechada”. Que, creo yo, en su leal saber entender es, más o menos, ser una sosa.
¿Es esa mi esencia? ¿Será eso en definitiva lo que me apaga un poquito cada día? Andá a saber por qué, la única referencia literaria que me viene a la mente en este momento es de “El Principito”:

“No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.”

Quién te dice, el cardiólogo me mandó un metamensaje literario.


Felices vacaciones

Sobre "Kryptonita", la película, basada en la novela homónima de Leonardo Oyola

Esta historia empieza cuando leí "Kryptonita", hace aproximadamente año y medio atrás. Sueño, surrealismo, la más oscura realidad de nuestro Far West, o sea el Oeste del Conurbano, y todo eso junto, más (y no menor) al "tordo" nochero empastillado que no sabe si ve visiones, si se pasó de rosca en su dosis para mantenerse despierto o qué es lo que pasa esa noche de junio de 2009 (en la película se lee la fecha cierta en el diario, bien al comienzo) en el Paroissien, el hospital de Isidro Casanova donde se desarrolla la historia. Dato curioso, y que no sabía antes de ayer, el propio autor reconoce en una entrevista para La Nación que una de las lecturas posibles de la novela era que el médico "soñara" o "alucinara" toda lo que se narra.

No fue esa la interpretación que primó, en todo caso. Los lectores, en fila india, o en hordas primitivas, seguimos ciegamente a la banda de Nafta Súper, como una ¿reivindicación? ¿Un acto de justicia? Unos Robin Hood modernos, o mejor aún, posmos, devenidos del cómic, con la presencia de Superman, Batman, Linterna Verde, Flash, Wonder Woman y hasta el Guasón, porque qué historieta que se precie no tiene un "buen" villano (en la película, Capusotto, en una excelente y a la vez pavorosa composición de un mediador), tal vez eso sean. O no. Qué va a hacer. No vine acá a traerles certezas. Más bien, a invitarlos primero, a leer la novela. No es que sea condición "sine qua non", pero para mí es mejor leer primero y después verla.

Por ahí me equivoco de medio a medio, guarda el gol. Quién te dice y los fanáticos del cine y sobre todo de los cómics (como por ejemplo Sebastián de Caro, crítico de cine y actor de esta película -es el comisario a cargo del operativo de sacar a los de la banda del hospital) eligen sin dudar ir a verla y prescindir del texto, aun cuando hay tanto de él, tanto amor en la mirada del director, Nicanor Lionetti, Hay conversaciones sacadas con exactitud del libro, como cuando el Faisán lo interroga a Juan Raro (sic) sobre por qué no se puede confiar en el doctor. O cómo le cuentan que el Pinino se salvó de varias muertes, todo extraído tal cual. Y también no, claro, obviamente, no es lo mismo, querida, el lenguaje del cine, de las imágenes no es igual a la escritura. No es literatura, y sin embargo...Basta de cháchara, amigos. Habrá que verla. O leerla. O ambas cosas.

A mí me conmovió la historia cuando la leí, y la pelí también, de otro modo. Lautaro Delgado como el travesti enamorado irremediablemente de Pinino (a) Nafta Super fue una revelación. También El Faisán y el tordo, no los conocía y sus interpretaciones son sólidas, creíbles. Me faltaron los covers que el Tigre (Harapiento, alter ego de Leo Oyola) te manda en toda su narrativa, siempre, "La canción es la misma", "La canción es la que uno tiene adentro", como bien lo dice en su charla Ted, a esta altura, emblemática, icónica,

https://www.youtube.com/watch?v=DC-OdcjzED0

Es fin de semana largo, todavía tienen mañana y pasado. Para comprarse la novela (se ha reeditado por sexta vez, y hay pilas en Cúspide, por ejemplo) y para ver la película. Después me cuentan. Me despido con una dedicatoria que atesoro porque una, vio, también tiene su corazoncito.


El blog nuestro de cada día

En la última semana en diferentes charlas me preguntaron por qué no me armaba un blog propio...Créase o no, nuestro blog existe desde hace tres ó cuatro años, cuando una colaboradora en las ferias me comentó ( y me ayudó a armarlo) que lo mejor sería pasarse a este formato, muy amigable, con la posibilidad de subir fotos y de administrar los vínculos con redes sociales de un modo rápido y fácil. Por alguna razón, nunca lo usé en toda su extensión. Ahora los blogs proliferan (mejor dicho, hace rato que existen, parece que me vengo a enterar tarde) y decido reflotar los comentarios por acá. Si estaremos más o menos conectados, chi lo sà! La idea es, como desde hace más de diez años, batir el parche de la promoción de la lectura y la literatura, contagiar esas ganas que nos abrasan, abrazan y hasta arrasan día a día, en el preciso momento en que otro ser viene con una pregunta sobre el tema de marras: libros, más y más libros. Y en este mundo cada día más y más feroz, convulsionado, oscuro, el calorcito en el alma que nos proporcionan nuestros queridos dispositivos portátiles que no requieren de ninguna batería es más que bienvenido. Nos vemos por acá, en breve. En la foto, con la querida Vero Sukaczer, en ocasión de la presentación de su ultima novela, "Los nombres prestados" en nuestro Living.

Acerca de "El país imaginado" de Eduardo Berti


Hay algo de inasible en esta historia. Posiblemente el hecho de que la misma transcurra en una China desconocida para mí, hoy y siempre, pero quizás más en la novela, donde el relato ocupa algunos años de la década del ’30 en la vida de una adolescente de la que no sabemos siquiera el nombre. Lo inasible pasará por la levedad, me pregunto. Y no, la trama no es leve, me remite un poco a “Seda” de Baricco, pero no tenemos aquí ningún occidental en el cual anclarnos, navegamos por aguas absolutamente nuevas. Y así nos deslizamos por la narración, que nos toma un tiempo, el de ella, no el nuestro, siempre el de la protagonista que alterna con un diálogo con su abuela, muerta al inicio de la novela. Especie de fantasma bienhechor, si esto existiera. Unas líneas en bastardilla, siempre separadas de los otros capítulos, los diálogos en sueños de la adolescente con su abuela. Y también un amor imposible, y otro posible. La vida y la muerte, “el país imaginado”. Las tradiciones chinas, inundándolo todo. Pero en los intersticios se cuela Ling, la otra. O la misma.

Un poco críptica, tal vez, como reseña. Para comprender no hay explicación posible, solamente la lectura. Imagino que hay tanto que me ha quedado en el tintero, no puedo ni pronunciar los nombres (“Xiaomei”, estoy obligada a revisarlo en el texto, me siento analfabeta, ella también es la protagonista, es la destinataria del libro, que en realidad tiene dos partes, “Xiaomei” y un curioso “Epílogo” dividido en partes, pequeños capítulos, el final del final del final y así no termina, me quedo con las últimas palabras de la protagonista que proponen un juego más, ya fuera del libro) y está bien que así sea, nada es tranquilizador, por el contrario, cierro el libro y el mundo tal como lo vemos puede tener una infinidad de lecturas. La no clausura de la historia que sigue, más allá de nosotros.

Silvina Rodríguez
Tierra de Libros

"Es parte de la religión" (cont.) Acerca de "Señores niños" de Daniel Pennac

¡Quién sabe cuál es el criterio de selección de las lecturas que una hace en vacaciones! Traés una bolsa llena, cosas que deberías leer, otras que te gustaría visitar, finalmente los días pasan y te vas armando un corpus que va siguiendo, me parece, una línea de pensamiento. De hecho, empecé con el libro de Pennac antes que con “Cara de ángel”. Me enganchó de la novela para niños el tema de la diversidad religiosa y conspiró contra la del francés una traducción un tanto castiza, que hizo que tomara una distancia. Un par de días hasta que justamente mi reflexión sobre el texto de Marina Elberger me hiciera volver la mirada sobre “Señores niños”.

Hay algunos puntos en común entre ambas: tres amigos en el colegio, así arrancan ambas, un muestreo sobre las relaciones familiares en una Francia multirracial, multicultural (una familia judía no practicante, otra quizás católica pero devenida atea y la tercera, posiblemente lo que se calificaría como “pied noir”, “medio moro, de segunda generación”, tratando por todos los medios de integrarse, él, su padre, su hermana)…Pero, de más está aclararlo, la de Pennac es una novela para adultos. Los “señores niños” en cuestión tienen un deber que hacer, impartido por el odiado profesor Crastaing: a la sazón, una composición que reza :

“Despierta usted cierta mañana y comprueba que, por la noche, se ha transformado en adulto. Enloquecido, corre a la habitación de sus padres. Se han transformado en niños. Cuenten la continuación”.

A caballo entre “La metamorfosis” y “El increíble Hulk”, asistimos azorados a cómo deberán arreglárselas Joseph, Igor y Nourdine para “desfacer” diría Cervantes este entuerto. Nos enteramos también, más tarde en la narración, de que ese narrador omnisciente que nos está contando la historia desde el inicio no es otro que el padre muerto de Igor. ¿Más literatura fantástica? ¿Un cierto realismo mágico? No me parece apropiado buscar clasificaciones, sólo diré que los diálogos entre los amigos, tanto de niños como de adultos, son desopilantes y filosóficos a la vez. La escena en el colegio, cuando los niños se hacen pasar por sus padres frente al director y su adlátere Foiriez, vale realmente la pena. También lo vale en la visión del autor que el deber tengan que cumplirlo no sólo los chicos, sino también el profesor que lo indicó. Todos metidos en el baile, para llegar a un final felíz. Por lo menos que restaura el orden, con el costo de haber crecido. De todos modos, como dice el profesor Crastaing: “La imaginación no es la mentira”.











Silvina Rodríguez

Tierra de Libros